El mar


Pollo en azul
Cargado originalmente por Cebolledo

El mar

Hoy me levantado contento. Soy una persona con suerte. Siempre quise vivir en una ciudad con mar, y al fin lo he conseguido. Después de tantos años he podido salir de Madrid y venirme a vivir a un pueblo del norte. En la costa.

Un pueblo donde se ve el mar. Todos los días por la mañana, cuando voy a la oficina, veo el mar en cada esquina. Entre los edificios. A través de los patios de vecinos. Los he contado: hay siete puntos en mi recorrido desde los que se ve el mar. Me fijo todos los días. Como paladeando el momento.

Todavía no sé cómo conseguí que me trasladaran. Es una suerte que abrieran una delegación aquí. Y que ninguno de los que tenía por delante reclamara la plaza. Aquí la gente es afable y hospitalaria. Ya me conoce todo el mundo: el panadero, el cura, la farmacéutica… Los bares huelen a cocido y los paisanos no me dejan pagar, me invitan siempre. Porque soy «el nuevo».

Llevo casi un año y estoy como en una nube. Contando cada día las siete vistas del mar en mi trayecto de diez minutos de casa al trabajo.

Mi apartamento es pequeño y antes se veía el mar por la ventana de la cocina. Luego construyeron un edificio y me tapó la vista. Pero no me importa porque bajo a la calle, y a diez metros, doblando la esquina, está ahí: el mar azul.

El clima es gris, húmedo, lluvioso y eso, en lugar de entristecerme, me alegra. Prefiero esto a la vorágine de Madrid. Las prisas, el metro con ese olor a sudor, goma y humo. Aquí el tiempo se detiene, la gente te sonríe por la calle y el mar te saluda con sus olas blancas de borreguil lo.

Hoy he bajado deprisa, silbando. He llegado a la calle desierta y he caminado despacio como siempre. Tras esa esquina veré el mar. Es el punto número uno de mi trayecto.

Me acerco tranquilo pero no. No está el mar. En su lugar hay casas. No puede ser. Eso parece Blanco Argibay, mi calle de Madrid. No puede ser. Creo que me estoy mareando. Me voy a caer al suelo. Suena una sirena. ¿Serán los bomberos?

Estiro la mano y apago el despertador. Me levanto corriendo y voy a la cocina. Separo los visillos. Lo sabía.

En la radio suena una canción de hace veinte años.

«…el Tibidabo ¿Adonde fue?

Estaba soñando, me cago en diez.

Sin los cruasán, sin los yogur

Sin ti me desperté…»

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